La familia se empodera y participa del tratamiento en un sistema de atribuciones compartidas, donde el terapeuta modula y modera las variables no solo del propio niño, sino del entorno acuático y del entorno familiar más cercano, dando paso a una intervención global que atiende a la persona, entorno y familia. Así, padres, madres, hermanos o cuidadores principales, y hasta otros agentes de salud implicados, encuentran espacio para manifestar expectativas, temores, objetivos y aspiraciones respeto a las capacidades del niño, y se consigue una mayor adherencia a los tratamientos.
El terapeuta se deshace de su bata blanca y, bañador en ristre, construye una relación que, además de divertida, es básicamente horizontal.
Solos ante una cámara, ¿qué responderán?